domingo, 16 de enero de 2011

El harakiri de la autocompasión.

Desde el principio de mi corta existencia, la llamada ambición está catalogada como defecto. Las personas ambiciosas siempre acaban mal en los culebrones. Aquellas que buscan más dinero, más poder, más amor, en definitiva más, son la figura malvada en la trama de la historia. Sólo aquellas figuras débiles, y socialmente afeminadas, aquellas que no hacen otra cosa que compadecerse, aquellas que no buscan nada de la vida y son extremadamente conformistas, sólo aquellas, gracias a un repentino golpe de suerte, pasan de desgraciadas a felices en un abrir y cerrar de ojos. Nos hemos convertido en una sociedad de lotería y hadas madrinas donde aquellos que buscan la felicidad, o más bien, una felicidad diferente, son juzgados de antemano. Porque la felicidad parece claramente establecida para todos igual y todos parecen decididos a tomar el mismo camino para encontrarla. Piensan que todos ambicionamos lo mismo y cuando lo tenemos, debemos estar rematadamente locos para no ser felices. Ignoran que detrás de una persona que carece de ambición, está una persona que estará dispuesta a conformarse con las cartas que le hayan tocado, una persona que realmente creerá que es feliz y que no merece otra cosa (cuando en realidad, no sé que criterio se aplica para determinar si una persona merece algo o no.) Una persona que realmente se quiere tan poco como para hacerse eso. Ignoran que detrás de una persona ambiciosa, se esconde alguien que realmente buscará más, se hará más daño. Pero que no se parará a lamerse las heridas.

Cat Power - Sea of love



Ella, ni corta ni perezosa, se rehacía cada día después de deshacerse cada noche. Siempre era igual: se despertaba moteada de luz, luz que se filtraba por las persianas como por un colador, y así, con todas esas lucecitas deslizándose, danzando por su cuerpo, se recomponía. Siempre era igual: se dibujaba los contornos que por la noche habia perdido, que habian acabado siendo temblorosos, como trazados por un niño, como el horizonte del desierto en un día caluroso...

Desenrosca, atornilla

En nuestro olvido como mecanismo de defensa, glorificamos el pasado para poder quejarnos a gusto del presente, y en ese empeño de comparar lo malo nuevo y lo bueno viejo, borramos una a una todas las cosas malas del año que muere. Sólo lo bueno queda, lo demás se desvanece. Frente a la incógnita que supone el futuro, fabricamos nuevos recuerdos, enterramos a los muertos, lavamos los trapos sucios y limpiamos a conciencia el archivo de nuestra memoria. Porque en realidad el 1 de enero no se cambia de año...se cambia de cabeza.


 
(Escrito el 1 de enero a las 18:42)

"No lo coge"

Lo peor era escuchar los teléfonos móviles. Sí, sin duda eso era lo peor. Con esas musiquitas pegadizas, electrónicas, dinámicas, producto de politonos televisivos y modas efímeras. La vida tiene algo de eso, de dinámica, de electrónica, de pegadiza. Algo de televisiva. Demasiado de efímera. Lo peor era escuchar los teléfonos móviles, sin duda, sonando en los bolsillos de las chaquetas de los cuerpos inertes, en los bolsillos de los pantalones, en los bolsos, en las manos flojas de aspecto compasivo. Lo peor era escuchar los teléfono móviles, con novias, madres, padres, hermanos, abuelos, primos, amigos, teleoperadoras al otro lado. 
Al otro lado de la muerte.