En nuestro olvido como mecanismo de defensa, glorificamos el pasado para poder quejarnos a gusto del presente, y en ese empeño de comparar lo malo nuevo y lo bueno viejo, borramos una a una todas las cosas malas del año que muere. Sólo lo bueno queda, lo demás se desvanece. Frente a la incógnita que supone el futuro, fabricamos nuevos recuerdos, enterramos a los muertos, lavamos los trapos sucios y limpiamos a conciencia el archivo de nuestra memoria. Porque en realidad el 1 de enero no se cambia de año...se cambia de cabeza.
(Escrito el 1 de enero a las 18:42)
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