viernes, 6 de mayo de 2011

Desvario lúcido

Soy capaz de razonar como es debido y de sumar y restar prescindiendo de los dedos, pero he sido incapaz de comprender durante largo tiempo esto: No soy las palabras que escupo a la cara de mis enemigos ni tampoco los consejos y las palabras de aliento que pueden envolver el dolor de mis amigos. No soy lo que dicen y piensan sobre mí, pues ni siquiera soy lo que yo misma digo y creo sobre mí. No soy nada de lo anterior y posiblemente no sea nada de lo que pueda ser descrito posteriormente. No soy mis miedos, no soy un cuerpo, ni tampoco soy un conjunto de ideales. No soy el dolor, la rabia y la venganza que pueda albergar dentro y disto mucho de ser todo el amor que haya almacenado, pues contraria a la idea que germina en nuestra cabeza desde la infancia : no somos el amor que recibimos, no somos o no somos respecto al afecto que se nos es procesado, por encima de la capacidad de ser amados, está la capacidad no sólo de amar, sino de amar bien, de amarte bien, de hacer las cosas con y por amor. Somos, a fin de cuentas, el amor que damos, que es el único y realmente verdadero.

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