jueves, 12 de enero de 2012

Bienvenido al sensorama:

Miles de iris moviéndose como agujas de metrónomo, danzando de un lado a otro por las blancas escleróticas de los pasajeros, tratando de capturar un mero instante de esa realidad que huye tras las ventanillas del metro, esas ventanillas de acuario, las ventanillas de ese vagón, de ese tranvía, a esa hora que, fosforescente, brilla en el monitor, encima de todas esas cabezas, como el cristo crucificado vigila desde la pizarra a los niños uniformados, a esos futuros hombres uniformados, con deseos uniformados y señoras de la limpieza en uniforme. Ella encuentra cierta paz al imitar el movimiento hipnótico de los ojos de los viajeros, como si ese trance hiciera despegar su cerebro y apenas quedase, abandonado en el duro asiento, su cuerpo, inerte y seco, como piel de serpiente, como caracola abandonada por el ermitaño cangrejo. Breve es pues el segundo en que es plenamente consciente de su propia inconsciencia, de la placidez de esta. También momentánea es la lucidez que le asalta al comprender: somos espíritus cambiando el nombre de inconsciencia por el de felicidad, buscadores del standby, adictos al coma sentimental. Toda esa gente que corre a ver en pantalla grande vidas que no son las suyas, todos esos hombres de manos temblorosas que queman cucharas para huir de esa nitidez casi violenta que son sus vidas, todos esas personas que se tragan todas esas publicidades engañosas, todas esas series de cartón piedra, todos esos hombres solitarios que buscan orgasmos en los atascos, todas esas mujeres que leen novelas amorosas y se acarician bajo las sabanas... Todos con mono de inconsciencia, todos golpeándonos una y otra vez la cabeza. Todas las cosas buenas que crees que ocurren entonces, o lo que es lo mismo: todas las cosas malas que crees que no ocurren entonces, pero ocurren, como en un día cualquiera, sólo que no ya no importan, pues ya estamos lejos, tan lejos que ya ni nos tocan.

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