domingo, 17 de octubre de 2010

Roadworth conexion.

Coge tu cabeza, colócala en el suelo y lánzala lejos de una patada. Que vuele. Deja que las ideas sean como pastillas efervescentes en el vaso de agua de tu cerebro, que te cosquilleen la mente. Que la dinamita del pensamiento explote en tus neuronas y que sea como si miles de fuegos articiales saliesen disparados de tus orejas. Sé un dibujo animado, enciende la bombilla que hay encima de tu cabeza. Sé un niño, juega a pisar tan sólo las blancas franjas del paso de cebra, serán pequeños islotes, largas piedras, que te salvarán de caer en el océano de asfalto, infestado de tiburones que dan bocinazos.

Es tan fina, tan borrosa, tan tremendamente difusa la línea que separa las cosas. Aprende, pero no te adoctrines, empápate de la sabiduría de otros, pero no te ahogues. Interpreta, pero no seas una fotocopiadora humana, de nada servirá lo que haces si es una copia de otra copia de otra copia. En este mundo dicen que todo ya ha sido inventado, si es así, reinventa. Reinventa, modifica, altera. Decide ir a campo traviesa cuando todos deciden seguir la misma autopista. Sé Nietzsche cuando dijo: "El individuo ha luchado siempre para no ser absorvido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo, y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo". Es cierto, las más solitarias autopistas, las más tortuosas, son aquellas poco transitables. La originalidad implica diferencia y la diferencia a veces no es aceptada, pero creéme, la normalidad, lo corriente, te podrá dar estabilidad, pero nunca emoción.

Es más, lo corriente, lo aceptable, lo común, siempre acaba siendo lo aburrido. Sé Hitchcock, imagina una persona caminando por la acera, a unos poco metros, en la misma calle, hay una piel de plátano. La persona va despistada, llega a la piel de plátano, está apunto de chafarla, pero en un golpe de suerte pasa sin chafarla. Acto seguido una maceta le cae en la cabeza. Sé imprevisible, innova, sorprende, sorpréndete. Guia al espectador por una calle y asáltale como un atracador en la esquina, haciéndole llegar a un callejón dónde jamás esperaba encontrarse.
Maquilla la realidad. El realismo tiene de su parte  la autenticidad pero ¿Dónde queda pues, la magia? La imaginación es la única cosa que puede hacerte viajar cientos y cientos de kilómetros sin moverte de casa. La imaginación es la salvación de los niños, de los presos, de los locos. Sólo si pensamos como Roadworth, que un gigante ha dejado su huella el asfalto, que la carretera tiene cremalleras que bajan insinuantes para mostrarnos, sus duras carnes de hormigón, sólo si nos dejamos llevar e imaginamos, que las alcantarillas son candados y el horizonte ha lanzado su anzuelo para así arrastrar el suelo, y acercarse a él un poco más. Sólo si podemos,sin prejuicios ni miedo ni vergüenza imaginar, podremos vivir realmente libres.

martes, 12 de octubre de 2010

De cómo no ser una tortuga en un estanque.


Huyo de una existencia suave, una existencia blanda. Nada me da miedo, salvo vivir aceptablemente. Corriente, sería el último adjetivo con el que me gustaría adornar mi vida. Me niego a lo insípido, incoloro, inodoro, pues es el principio de lo inexistente. Nunca me gustó demasiado el prefijo "in", al igual que pienso que hay algo terrible en la palabra decente. El equilibrio está infinitamente sobrevalorado, el equilibrio es igual a la muerte, pues no hay ser más equilibrado con la Tierra que un cadáver. Porque la vida a de ser eso, un baile al borde del precipicio, un desequilibrio constante. No busco la felicidad estable, permanente, hay algo mágico en lo efímero, en lo pasajero. Lo especial se extingue si se trata de amarrarlo a un puerto,al igual que el alma se pudre en el agujero del pecho. Yo quiero un alma nómada, un corazón viajero. Quiero la curiosidad de un niño y la inquietud del preso. Huyo de una vida correcta, de un pensamiento neutro, de unos sentimientos descafeinados. De una vida que de tan normal, pueda resultar tóxica.

viernes, 8 de octubre de 2010

LEE JEFFRIES retrata almas.

Lee nació en 1971 en Manchester (Reino Unido). Vive allí, trabaja como contable y se dedica a las fotografía como pasatiempo. Dispara con una Canon 5D y prefiere el soporte digital. Su película favorita es "La delgada línea roja" y admira al fotoperiodista James Nachtwey.  Hasta aquí todo bien, se puede conseguir esta información de cualquier medio, yo descubrí estos datos irrelevantes en una entrevista de la revista calle  20, pero hay mucho más en internet. Es tan fácil saber de una persona... o quizás no tanto. Lee Jeffries retrata a homeless, a vagabundos. Seguramente ninguno de ellos sea contable, ni se dedique a la fotografía como pasamiento. Por supuesto, no tendrán una Canon 5D ni sabrán lo que es el soporte digital. Pero me interesan más que el propio autor. Aunque Lee los capta, y eso es un mérito, no me interesan sus aficiones, ni el porqué de sus retratos. Son sus retratos en sí, las caras de todas esas personas, las que realmente me gustaría conocer. Las fotografías hablan por sí solas:















El mundo de Cristina - Andrew Wyeth.



Recuerdo la primera vez que este cuadro se cruzó conmigo. Digo cruzó porque han sido ya varias veces, sin yo esperarlo, las que este cuadro se ha cruzado en mi camino. Una, la primera y la más inocente de todas, fue  bajo las luces blanquecinas de un museo sin nombre (bueno, es muy probable que tuviera nombre, pero no lo recuerdo). Tendría unos diez u once años, y una chaqueta de chandal atada a la cadera, cuando me paré a mirar este cuadro, fingiendo interesarme, como descubriría mucho después, hacen la mayoría de adultos en los museos. Sí, se plantan frente al cuadro en cuestión, guiñan los ojos, fruncen el entrecejo, se rascan el mentón y adoptan una actitud interesante y sabionda, no sé si para demostrar,o a los demás visitantes, o quizás a sí mismos, que "entienden". En esa época, me interesaba más bien poco la pintura, sabía que era feo y que era bonito pero nunca llegué a profundizar más allá y sí llegué a fijarme en aquel cuadro fue simplemente porque me derrumbé, somnolienta como todos los niños en los museos, en un sillón que casualmente estaba enfrente. No leí la chapita con el nombre del autor ni siquiera, sólo me fasciné por los pegotes de pintura que se solapaban al lienzo, pegotes microscópicos que me tentaban a acariciar esa rugosa superfície. Pasaron varios años antes de volverme a encontrar con él, en otro museo, más mayor yo y más interesada en estas cosas. Leí la chapita, miré el cuadro y aunque esta vez si me inquietó, pasé al siguiente sin más. A esa vez le sucedieron otras más, hasta  al fin, la más singular y desgarradora de las veces, la que de verdad me hizo querer que este cuadro estuviese en el salón de mi casa algún día. Fue en un rastro, urgando en una polvorienta caja de reproducciones de cuadros famosos donde me topé con la familiar figura de Cristina. Le insistí a mi padre en comprarla y cuando él posó sus ojos en la vieja reproducción y me dijo estas palabras: "Ah, el cuadro de la paralítica", algo dentro de mi crujió, se aclaró, se llenó de asombro. Miré, y creo que por primera vez de verdad, el cuadro, y vi que no era la tierna pintura que yo había supuesto desde un principio. La muchacha que yo creía tumbada en la hierba como si tal cosa, no estaba ahí por gusto. Sólo entonces pude ver la rigidez de su espalda, de los gemelos bajo ese vestido que antaño parecía tan alegre. No tenía la mirada perdida hacia la casa que se recortaba en el horizonte, la miraba con deseo, quién sabe si con deseperación, pues quería alcanzarla. Pero sus piernas no la llevarían muy lejos. Fue entonces ,cuando mi padre pagaba una miseria por la fotografía, cuando entendí algo, pero no supe lo que había entendido hasta mucho después. Cuando miro a Cristina, puedo ver como se arrastra por el prado y me pregunto que hacía tan lejos de casa, si era esa su casa, o ella venía de más allá, de los límites que se pierden en el marco. Cuando miro a Cristina, me veo a mí, y a tí, y a todos, los humanos, y sé que todos somos como ella: desde lejos, en un simple vistazo, todos parecemos estar bien, pero se necesita mucho tiempo para comprender que el dolor y el sufrimiento, se camuflan, se maquillan y se esconden tras las caras más felices y  los escenarios más insólitos.

martes, 5 de octubre de 2010

Lost.


Nos pasamos toda la vida preocupados por perder cosas...  

Fotografía de Cartier Bresson
Perder las llaves, los carnets, las tarjetas, el dinero, monederos, móviles, trabajos, metros, TURNOS, oportunidades, partidas, horas, minutos, segundos, perder el sitio, la cabeza, la vida, el rumbo, perder personas, autobuses, perder pelo, calcetines, perder la virginidad, la vergüenza, perder apuestas, zapatos, perder dinero

Sin embargo, no sé por qué no nos preocupamos de lo más preocupante, y es que, poco a poco, nos vamos perdiendo a nosotros mismos, sin saber que, la personalidad, las ideas y los valores, no son cosas que se recuperen fácilmente.


A lo largo de la historia, ha habido tres grandes humillaciones:


1. El descubrimiento de Galileo, que no somos el centro del Universo.
2. El descubrimiento de Darwin, que no somos la corona de la creación.
3. El descubrimiento de Freud, que no controlamos nuestra propia mente.

Así que después de esto, ¿no deberiamos sentirnos todos iguales y dejar de mirar al de al lado por encima del hombro? Al fin y al cabo, ni hacemos sombra al Sol, ni adelantamos a los monos, ni movemos vasos con la mente. Todos, sin excepción, desde el empresario hasta el obrero, somos parte de la misma mediocre especie.



PEARL JAM EVOLUTION:

lunes, 4 de octubre de 2010

Nadie esta más esclavizado que esos que erróneamente creen ser libres.

La mayoría de las personas nos negamos a ser libres. La libertad es siempre realzada como una virtud maravillosa que todos creemos poseer. Nadie se cree esclavo de nada, y quién lo cree, no le importa, por eso, no mueve un dedo por cambiar su situación. ¿Para que mojarme el culo si yo no necesito peces? ¿Para qué salir allá fuera en busca de algo que ya tengo? No soy un esclavo negro trabajando en el campo, no soy un judío en un getto, ni una joven encerrada en un sótano. No soy nada de eso. Pero no somos libres, ni tú ni yo, dejemos de engañarnos: tenemos la boca llena de frases que no decimos por miedo, tenemos el corazón lleno de sentimientos que nos impiden actuar o nos hacen actuar como no debiéramos, tenemos llena la cabeza de ideas que nos paralizan, tenemos los ojos llenos de complejos que nos inmovilizan. No somos libres, la libertad implica expresarse y nos da miedo lo que puedan pensar los demás, implica individualidad y nosotros nos empeñamos en dejarnos esclavizar por otros por miedo a la soledad, implica valentía, y tenemos miedo al propio miedo, implica cambio, y estamos demasiado agusto en esta jaula, implica abrir los ojos, y siempre ha sido más fácil andar por el mundo sin fijarse demasiado.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Caer.

Como una lapa vieja y desgastada, la estantería se solapaba a la pared blanca y grumosa del cuarto. Mi yo de ahora cae segundos, minutos, horas, días, semanas y meses hasta encontrarse con mi yo de entonces, hasta caer dentro de él. En mi mente se forma la imagen de mi cuerpo, como un espectro, cayendo dentro de un cuerpo tumbado en la cama, como cuando en los dibujos animados el alma,  una figura blancuzca, vuelve al cuerpo del perro muerto al oler un delicioso jamón. No se puede ir hacía atrás en el tiempo, se cae hacía dentro, como en un pozo. Eso lo aprendí de un libro. Así pues me dejo caer, como Alicia cae dentro de la madriguera, y aterrizo en ese día, en esa cama donde tú me abrazabas con tanta ternura por debajo de la ropa. Yo miraba los coloridos lomos de los libros, pero no con demasiada atención. Tu corazón en mi espalda era lo que de verdad me intrigaba. Tus latidos golpeaban mi columna vertebral, con un ritmo constante y monótono, de gotera o de aguja avanzando en la esfera del reloj. Así pues, a veces me dejo caer, y vuelvo a oler el aire viciado y denso de ese cuarto. Lo esnifo, lo atrapo, lo amaso con las manos y cierro los ojos en esa cama, en esa cama donde habíamos de querernos tanto.



Walt Whitman.

Coged las rosas mientras podáis,
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta...
Que tú estás aquí,
que existe la vida y la identidad,
que prosigue el poderoso drama
y que tú puedes contribuir con un verso.

Walt Whitman

viernes, 24 de septiembre de 2010

Dicen que las mujeres queremos por los oídos...

Pues habríamos de dejar todas de querer por los oídos. Yo ya no me nutro de palabras que parece que ya han sido dichas. Palabras, promesas y elogios de esos que hacen encoger el corazón de una chica, que llenan el pecho pero después se deshinflan enseguida. Ya no camino rumiando palabras, ya no espero el autobus, veo la televisión y me cepillo los dientes pensando en lo que dijeron o pudieron decir. Porque he decidido no enamorarme de palabras sino de personas. El amor no es un mitin político. Así que no malgastemos las palabras verdaderas y empecemos a querer con los cinco sentidos. Apreciemos el olor que desprende el cuello de la persona que queremos (que es un olor que no se parece a nada), apreciemos el tacto de la piel bajo nuestras manos, el color cambiante del pelo y los ojos bajo diferentes luces y el sabor de cada persona (que no se parece tampoco a nada). Y disfrutemos de una vez, del silencio menos incómodo del mundo, ese silencio entre dos personas donde lo único que se logra escuchar es la respiración del otro. Y te aseguro que cuando oigas ese silencio, verás que todas las palabras bonitas que te hayan podido decir, saben a poco.


jueves, 23 de septiembre de 2010

No elijas ser la bisectriz en el ángulo de la vida.


No creo en la gente que siente a medias. Que le duele pero no demasiado, que le gusta pero no tanto. Quizás los doctores digan que los extremos no son buenos, pero en mi opinión, hay que vivir el dolor hasta que te desgarre el pecho, hay que vivir el amor hasta que no sientas los huesos. Porque ¿de qué sirve sufrir o amar a medias? Quizás suene masoquista, pero yo pienso que si no sientes jamás los extremos, nunca podrás sentir algo de pleno, sin filtros, sin tupidos velos. Así que ¿Cómo saber qué es el amor y el dolor si ni siquiera nos atrevemos a sentirlo enserio?

Las virgenes suicidas - Sofía Copola.

Reflejos

Vivimos entre espejismos de lagunas en el desierto. Vemos brillar objetos opacos y nos parece espectacular lo que tan solo es mediocre. Vivimos de espejismos, pero quizás sea esa la clave, ver donde no hay, buscar, empeñarse y encontrar, cuando uno menos se lo espera, agua de verdad. El agua que nos lave el corazón, que apague nuestra sed y nos devuelva, al fin, a la vida.

Nubes de fuego en el atardecer de Denia.

Escribí esto para un buen amigo

Primero que nada, quiérete, quiérete mucho y échate de menos cuando te vas de viaje. Dile a tu reflejo que no puedes vivir sin él y aprende que es imposible que otros te quieran si ni siquiera tú lo haces. Quiérete en silencio y con los ojos cerrados, descubre matices de ti mismo que tenias olvidados y no quites importancia a tus logros. Quiérete y quiere tus circunstancias, pues esta vida no admite representantes. Admite que tus defectos no son tan graves y evita comparaciones, huye de vivir bajo la sombra de alguien y quiérete independiente, indidividual, quiérete solo. No te quieras por lo que te dicen los demás, ya que ¿ellos que saben? No malgastes viviendo por y para otros, pues al final, todos debemos, no sé si por suerte o por desgracia, caminar el camino solos. Así que simple y llanamente, quiérete, quiérete mucho, alimenta el amor propio y no dejes que se extinga, pues es el único que nos acompaña durante toda la ruta.    
Fotografía de Helmut Newton.

"La rana que no sabía que estaba hervida" Oliver Clerc

(Rana de Origami)
"Imaginen una gran olla llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una rana. Se está calentando a fuego lento; al cabo de un rato el agua está tibia y esto a la rana le parece agradable, y sigue tranquilamente nadando. Ahora la temperatura empieza a subir y el agua está caliente, sólo un poco más de lo que suele gustarle a la rana, pero ella no se inquieta porque además el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia. Cuando el agua está caliente de verdad a la rana empieza a parecerle desagradable. Lo malo es que para entonces ya se encuentra sin fuerzas, así que se limita a aguantar y no hace nada más. La temperatura del agua sigue subiendo poco a poco, hasta que llega el momento en que la rana termina hervida y muere sin haber realizado el menor esfuerzo para salir de la olla".

 Todos somos ranas hervidas al fin y al cabo. Como ranas hervidas en ollas con agua ardiendo, saltamos, porque así nos dicta nuestro instinto de supervivencia. Pero, si el agua se calienta poco a poco, nos quedamos ahí, como las ranas, dejándonos hervir lentamente, inconscientes e inocentes como somos. Nos hierven a ofertas engañosas , a letras pequeñas, determinadas personas nos hierven machacándonos poco a poco, porque las piedras más pequeñas, una detrás de otra, pueden romper la vidriera más grande. Y como las ranas, cuando no soportamos más ese calor agobiante que nos crea este ir y venir, este hacer y   deshacer que es la vida que nos han impuesto, explotamos. Eternamente engañados con letreros luminosos y anuncios, que nos hacen creer que podemos ser mejores que los demás, superiores, todopoderosos. Eternamente presionados para seguir al grupo, para destacar, para esforzarnos en cosas que realmente no nos gustan. Objetivos: ser más guapos, más ricos, más poderosos...
Vamos que, todos vamos ha explotar algún día, cuando la temperatura de la olla sea insoportable, seremos un confeti de tripas y ojos y visceras, precioso. Y ya será demasiado tarde para salir del agua, nos hemos acostumbrado a ella, estamos acabados, atontados por el calor que dan todas esas luces que acaban fundiéndose. Sal del agua, por favor.

A ciegas


Todas y cada una de las religiones de este mundo tienen base en la necesidad de los seres humanos de creer en algo. Lo que los religiosos llaman "fe" no es más que esperanza camuflada, no es más que unas manos buscando a tientas el interruptor de la luz en un cuarto oscuro. No es más que hacerse creer a uno mismo que todo marchará bien, incluso cuando las estadísticas, la baraja, el horóscopo, los señores del tiempo, los periódicos y demás, dicen todo lo contrario. Creer en algo no está mal, hay toda una variedad de dioses en los que creer y en los que depositar las esperanzas. Muchos cepillos de la Iglesia se llenan con las monedas de aquellos, que acuden a la religión en busca de unas palabras de aliento, un hombro blando y una mano (invisible por cierto) que les guie, que les levante, que les sostenga. Creer en algo no está mal, pero no entiendo a aquellos que creen en Dios (en alguno de todos los que hay) y no creen en las personas. ¿Por qué esa fe ciega en algo que no está al alcance de la mano? ¿Qué hay de las personas? ¿Por qué no creemos de una vez unos en los otros? ¿Tan difícil es apoyarse en el de tu lado con los ojos cerrados y sin dudas? Enserio, ¿tan difícil es confiar en las personas, en algo de carne y hueso? ¿Tan difícil es entender, que si tu todopoderoso no te abandona, es sencillamente porque nunca ha estado aquí, que no está en todas partes, simplemente porque no está en ningun lugar? No existe, y es más sencillo confiar por eso, porque si no existe... 
¿cómo nos traicionará?


Desvarío con olor a masa de galletas.


Abría la puerta muy despacio y subía las escaleras con los zapatos en la mano para no despertarme. Pero yo aun no me había dormido y la esperaba con los ojos cerrados. Llegaba por el pasillo, que crujía bajo sus pies descalzos y se escurría por la puerta, que yo, adrede, había dejado entornada. Se despojaba de la ropa y así, aun oliendo a pastelería, caía redonda a mi lado. Entonces yo me giraba a mirarla y me salpicaba la cara un delicioso olor a masa de galletas, que tenía el mismo poder que una nana. Abrazaba adormilado sus miembros blandos y esponjosos, de bizcocho, y metía la nariz en su pelo del color de la canela. Olisqueaba en silencio su cuello y su mejilla izquierda, que emanaban un olor a hojaldre y barquillo, y besaba cada una de sus pecas, que como virutas de chocolate poblaban su espalda dormida. Y así, hasta que el insolente sol salía, la devoraba con la mente. Así, hasta que ella abría los ojos y las ventanas para ventilar el olor a noche y pasteles. Luego, desayunábamos frente a frente, mojando los croissants que ella había traído la noche anterior, que ya estaban fríos y con la tostada piel hecha pedazos. Yo también me hacía pedazos, sobretodo cuando ella me miraba con sus ojos, que ya no eran sus cálidos y dulces ojos de pastelería. Y me daba un beso corto de despedida, con sabor a croissant reseco y me dedicaba una última e insípida mirada, que me dejaba un regusto a nada en la boca. Entonces, yo soñaba que la detenía, la detenía por el brazo y con una cucharilla, poco a poco, a pequeños golpes, iba rompiendo la capa. La capa de azúcar quemado y duro que cubría su corazón. Como una coraza. Y yo, con mi cucharilla, rompía esa superficie dura y pegajosa, y me comía lo de dentro, lo más dulce.