miércoles, 29 de septiembre de 2010

Caer.

Como una lapa vieja y desgastada, la estantería se solapaba a la pared blanca y grumosa del cuarto. Mi yo de ahora cae segundos, minutos, horas, días, semanas y meses hasta encontrarse con mi yo de entonces, hasta caer dentro de él. En mi mente se forma la imagen de mi cuerpo, como un espectro, cayendo dentro de un cuerpo tumbado en la cama, como cuando en los dibujos animados el alma,  una figura blancuzca, vuelve al cuerpo del perro muerto al oler un delicioso jamón. No se puede ir hacía atrás en el tiempo, se cae hacía dentro, como en un pozo. Eso lo aprendí de un libro. Así pues me dejo caer, como Alicia cae dentro de la madriguera, y aterrizo en ese día, en esa cama donde tú me abrazabas con tanta ternura por debajo de la ropa. Yo miraba los coloridos lomos de los libros, pero no con demasiada atención. Tu corazón en mi espalda era lo que de verdad me intrigaba. Tus latidos golpeaban mi columna vertebral, con un ritmo constante y monótono, de gotera o de aguja avanzando en la esfera del reloj. Así pues, a veces me dejo caer, y vuelvo a oler el aire viciado y denso de ese cuarto. Lo esnifo, lo atrapo, lo amaso con las manos y cierro los ojos en esa cama, en esa cama donde habíamos de querernos tanto.



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