miércoles, 2 de marzo de 2011

EL BRUXISMO DE LAS PUERTAS.

No fue un portazo, digno del cuchillo de un carnicero o de la más afilada guillotine, lo que cerró la puerta de chapa barata. Más bien la fuerza de un soplo de aire, provocada por un cuerpo al moverse, hizo que la puerta se cerrase, con un chirrido infame, de gato erizado, de rechinar de dientes. Cuando la puerta se cerró, la luz, tenue pero insinuante, persistió por debajo de la puerta: una fina raya de deseperante esperanza, el alimento perfecto para velar los recuerdos. Cuando la puerta se cerró, acto seguido se abrió la ventana, que rápidamente fue cerrada, sellada y entablada, con el material férreo de quién se aferra a la desgracia. Cuando la puerta se cerró, acto seguido se abrió y se cerró la ventana abierta, pero eso no impidió que los pestillos vibraran, las cortinas bailaran y los tablones, ya podridos y llenos de moho, chillaran. Cuando la ventana se abrió...
al fin, entró la vida, tan ruidosa como siempre.

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