miércoles, 30 de marzo de 2011

Chamaeleonidae.

Camaleón Parson
Los camaleones gustan a todos, pero dentro de ese "todos" el noventa por ciento serán ninguno y el diez por ciento restante serán cualquiera. Despojándonos de nuestros atributos naturales no hacemos otra cosa que obstaculizar el tamiz que es nuestra personalidad, pues es capaz de separar lo valioso de lo prescindible. Cada uno tiene un tamiz dentro y aquellos con tamices más inusuales, aquellos con tamices raros, tendrán los agujeros más pequeños. Pocas cosas dejarán pasar las oberturas, pero aquellas que pasen, aunque no serán muchas, serán sin duda las mejores. Cuida de tu tamiz, pues en esta sociedad donde se miden más las amistades por la cantidad que por la calidad, que existan tamices tan selectivos, y tres o cuatro que pasen sin problemas por ellos, no es una suerte, sino una bendición.


Memoria a largo plazo.

Al fin y al cabo, no hay que perder el tiempo tratando de borrar la tinta indeleble, que ni la lluvia arrastra. Las vidas que dejamos atrás pueden diluirse, desaparecer, ocultarse o enterrarse... pero no perderse del todo. Nada se olvida, sólo tenemos que limitarnos a escribir encima.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Las cifras no mienten pero las personas sí.

Fotografía de Elliot Erwit

Los medios tratan a las personas como porcentajes, y en todo ese panfleto sobre la objetividad y la generalización se van perdiendo una a una las identidades, que no son lo mismo que los documentos de identidad. Todo queda reducido a dígitos fríos y matemáticos, a simples números, porque al fin y al cabo ¿quién pueden sentir pena por un número? Los números son números y la pena, la pena, la pena es eso, un donativo para la conciencia. 
"Qué pena" y a dormir tranquilos.

"No hay peor ofensa que la indiferencia" - Anónimo.

Bien podríamos alienarnos, remodelarnos, prefabricarnos a partir de la masa humana que somos, y ser, un día, cualquier cualquiera que camina por la calle con gesto tranquilo. Es cierto que en ese intento perderíamos nuestros rasgos distintivos, y no puedo evitar pensar que estariamos hechos de pedazos diminutos, aunque desde fuera el conjunto pareciese bien cohesionado. Bien podríamos cubrir nuestros errores y defectos con masilla, y no sólo eso, vaciarnos y llenarnos de nuevas actitudes, aunque estas no sean más que las actitudes de todos esos cualquieras que se rozan levemente contigo en el metro. Quién sabe, quizás nos fuese mucho mejor así, estando disfrazados, camuflados la mayor parte del tiempo. O quién sabe, quizás esto sólo esté reservado para unos cuantos cualquieras, que se sienten tremendamente cobijados bajo el ala de la monotoneidad social, y no se han planteado, y posiblemente no se plantearán jamás, si quién anhela resultados diferentes, habrá de ser diferente, puesto que para algunos la indiferencia es el peor bálsamo donde se podría caer.



Se pone punto y final para seguir en un nuevo párrafo.



A veces es necesario escurrirse la cabeza, realizar la más pequeña proeza y sentarte a hablar sin parar,  por los codos, por las rodillas, por las orejas. 
A veces es necesario esto, soltarlo todo, soltarte toda. Vaciarte entera y llenarte, poquito a poco, a pequeños soplos, de todas aquellas cosas, que hacen que esta vida valga la pena.

EL BRUXISMO DE LAS PUERTAS.

No fue un portazo, digno del cuchillo de un carnicero o de la más afilada guillotine, lo que cerró la puerta de chapa barata. Más bien la fuerza de un soplo de aire, provocada por un cuerpo al moverse, hizo que la puerta se cerrase, con un chirrido infame, de gato erizado, de rechinar de dientes. Cuando la puerta se cerró, la luz, tenue pero insinuante, persistió por debajo de la puerta: una fina raya de deseperante esperanza, el alimento perfecto para velar los recuerdos. Cuando la puerta se cerró, acto seguido se abrió la ventana, que rápidamente fue cerrada, sellada y entablada, con el material férreo de quién se aferra a la desgracia. Cuando la puerta se cerró, acto seguido se abrió y se cerró la ventana abierta, pero eso no impidió que los pestillos vibraran, las cortinas bailaran y los tablones, ya podridos y llenos de moho, chillaran. Cuando la ventana se abrió...
al fin, entró la vida, tan ruidosa como siempre.

A esos

A esos que buscan partir desde el kilómetro cero, 
a esos que untan el pasado con gasolina y piden fuego, 
a esos que arrancan las páginas de las libretas,
y que todos los lunes por la mañana empiezan, 
a esos, improductivos indisciplinados, 
que hacen trozos del día de hoy, 
y después, encima, 
no saben que demonios hacer con los pedazos.