miércoles, 29 de septiembre de 2010

Caer.

Como una lapa vieja y desgastada, la estantería se solapaba a la pared blanca y grumosa del cuarto. Mi yo de ahora cae segundos, minutos, horas, días, semanas y meses hasta encontrarse con mi yo de entonces, hasta caer dentro de él. En mi mente se forma la imagen de mi cuerpo, como un espectro, cayendo dentro de un cuerpo tumbado en la cama, como cuando en los dibujos animados el alma,  una figura blancuzca, vuelve al cuerpo del perro muerto al oler un delicioso jamón. No se puede ir hacía atrás en el tiempo, se cae hacía dentro, como en un pozo. Eso lo aprendí de un libro. Así pues me dejo caer, como Alicia cae dentro de la madriguera, y aterrizo en ese día, en esa cama donde tú me abrazabas con tanta ternura por debajo de la ropa. Yo miraba los coloridos lomos de los libros, pero no con demasiada atención. Tu corazón en mi espalda era lo que de verdad me intrigaba. Tus latidos golpeaban mi columna vertebral, con un ritmo constante y monótono, de gotera o de aguja avanzando en la esfera del reloj. Así pues, a veces me dejo caer, y vuelvo a oler el aire viciado y denso de ese cuarto. Lo esnifo, lo atrapo, lo amaso con las manos y cierro los ojos en esa cama, en esa cama donde habíamos de querernos tanto.



Walt Whitman.

Coged las rosas mientras podáis,
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta...
Que tú estás aquí,
que existe la vida y la identidad,
que prosigue el poderoso drama
y que tú puedes contribuir con un verso.

Walt Whitman

viernes, 24 de septiembre de 2010

Dicen que las mujeres queremos por los oídos...

Pues habríamos de dejar todas de querer por los oídos. Yo ya no me nutro de palabras que parece que ya han sido dichas. Palabras, promesas y elogios de esos que hacen encoger el corazón de una chica, que llenan el pecho pero después se deshinflan enseguida. Ya no camino rumiando palabras, ya no espero el autobus, veo la televisión y me cepillo los dientes pensando en lo que dijeron o pudieron decir. Porque he decidido no enamorarme de palabras sino de personas. El amor no es un mitin político. Así que no malgastemos las palabras verdaderas y empecemos a querer con los cinco sentidos. Apreciemos el olor que desprende el cuello de la persona que queremos (que es un olor que no se parece a nada), apreciemos el tacto de la piel bajo nuestras manos, el color cambiante del pelo y los ojos bajo diferentes luces y el sabor de cada persona (que no se parece tampoco a nada). Y disfrutemos de una vez, del silencio menos incómodo del mundo, ese silencio entre dos personas donde lo único que se logra escuchar es la respiración del otro. Y te aseguro que cuando oigas ese silencio, verás que todas las palabras bonitas que te hayan podido decir, saben a poco.


jueves, 23 de septiembre de 2010

No elijas ser la bisectriz en el ángulo de la vida.


No creo en la gente que siente a medias. Que le duele pero no demasiado, que le gusta pero no tanto. Quizás los doctores digan que los extremos no son buenos, pero en mi opinión, hay que vivir el dolor hasta que te desgarre el pecho, hay que vivir el amor hasta que no sientas los huesos. Porque ¿de qué sirve sufrir o amar a medias? Quizás suene masoquista, pero yo pienso que si no sientes jamás los extremos, nunca podrás sentir algo de pleno, sin filtros, sin tupidos velos. Así que ¿Cómo saber qué es el amor y el dolor si ni siquiera nos atrevemos a sentirlo enserio?

Las virgenes suicidas - Sofía Copola.

Reflejos

Vivimos entre espejismos de lagunas en el desierto. Vemos brillar objetos opacos y nos parece espectacular lo que tan solo es mediocre. Vivimos de espejismos, pero quizás sea esa la clave, ver donde no hay, buscar, empeñarse y encontrar, cuando uno menos se lo espera, agua de verdad. El agua que nos lave el corazón, que apague nuestra sed y nos devuelva, al fin, a la vida.

Nubes de fuego en el atardecer de Denia.

Escribí esto para un buen amigo

Primero que nada, quiérete, quiérete mucho y échate de menos cuando te vas de viaje. Dile a tu reflejo que no puedes vivir sin él y aprende que es imposible que otros te quieran si ni siquiera tú lo haces. Quiérete en silencio y con los ojos cerrados, descubre matices de ti mismo que tenias olvidados y no quites importancia a tus logros. Quiérete y quiere tus circunstancias, pues esta vida no admite representantes. Admite que tus defectos no son tan graves y evita comparaciones, huye de vivir bajo la sombra de alguien y quiérete independiente, indidividual, quiérete solo. No te quieras por lo que te dicen los demás, ya que ¿ellos que saben? No malgastes viviendo por y para otros, pues al final, todos debemos, no sé si por suerte o por desgracia, caminar el camino solos. Así que simple y llanamente, quiérete, quiérete mucho, alimenta el amor propio y no dejes que se extinga, pues es el único que nos acompaña durante toda la ruta.    
Fotografía de Helmut Newton.

"La rana que no sabía que estaba hervida" Oliver Clerc

(Rana de Origami)
"Imaginen una gran olla llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una rana. Se está calentando a fuego lento; al cabo de un rato el agua está tibia y esto a la rana le parece agradable, y sigue tranquilamente nadando. Ahora la temperatura empieza a subir y el agua está caliente, sólo un poco más de lo que suele gustarle a la rana, pero ella no se inquieta porque además el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia. Cuando el agua está caliente de verdad a la rana empieza a parecerle desagradable. Lo malo es que para entonces ya se encuentra sin fuerzas, así que se limita a aguantar y no hace nada más. La temperatura del agua sigue subiendo poco a poco, hasta que llega el momento en que la rana termina hervida y muere sin haber realizado el menor esfuerzo para salir de la olla".

 Todos somos ranas hervidas al fin y al cabo. Como ranas hervidas en ollas con agua ardiendo, saltamos, porque así nos dicta nuestro instinto de supervivencia. Pero, si el agua se calienta poco a poco, nos quedamos ahí, como las ranas, dejándonos hervir lentamente, inconscientes e inocentes como somos. Nos hierven a ofertas engañosas , a letras pequeñas, determinadas personas nos hierven machacándonos poco a poco, porque las piedras más pequeñas, una detrás de otra, pueden romper la vidriera más grande. Y como las ranas, cuando no soportamos más ese calor agobiante que nos crea este ir y venir, este hacer y   deshacer que es la vida que nos han impuesto, explotamos. Eternamente engañados con letreros luminosos y anuncios, que nos hacen creer que podemos ser mejores que los demás, superiores, todopoderosos. Eternamente presionados para seguir al grupo, para destacar, para esforzarnos en cosas que realmente no nos gustan. Objetivos: ser más guapos, más ricos, más poderosos...
Vamos que, todos vamos ha explotar algún día, cuando la temperatura de la olla sea insoportable, seremos un confeti de tripas y ojos y visceras, precioso. Y ya será demasiado tarde para salir del agua, nos hemos acostumbrado a ella, estamos acabados, atontados por el calor que dan todas esas luces que acaban fundiéndose. Sal del agua, por favor.

A ciegas


Todas y cada una de las religiones de este mundo tienen base en la necesidad de los seres humanos de creer en algo. Lo que los religiosos llaman "fe" no es más que esperanza camuflada, no es más que unas manos buscando a tientas el interruptor de la luz en un cuarto oscuro. No es más que hacerse creer a uno mismo que todo marchará bien, incluso cuando las estadísticas, la baraja, el horóscopo, los señores del tiempo, los periódicos y demás, dicen todo lo contrario. Creer en algo no está mal, hay toda una variedad de dioses en los que creer y en los que depositar las esperanzas. Muchos cepillos de la Iglesia se llenan con las monedas de aquellos, que acuden a la religión en busca de unas palabras de aliento, un hombro blando y una mano (invisible por cierto) que les guie, que les levante, que les sostenga. Creer en algo no está mal, pero no entiendo a aquellos que creen en Dios (en alguno de todos los que hay) y no creen en las personas. ¿Por qué esa fe ciega en algo que no está al alcance de la mano? ¿Qué hay de las personas? ¿Por qué no creemos de una vez unos en los otros? ¿Tan difícil es apoyarse en el de tu lado con los ojos cerrados y sin dudas? Enserio, ¿tan difícil es confiar en las personas, en algo de carne y hueso? ¿Tan difícil es entender, que si tu todopoderoso no te abandona, es sencillamente porque nunca ha estado aquí, que no está en todas partes, simplemente porque no está en ningun lugar? No existe, y es más sencillo confiar por eso, porque si no existe... 
¿cómo nos traicionará?


Desvarío con olor a masa de galletas.


Abría la puerta muy despacio y subía las escaleras con los zapatos en la mano para no despertarme. Pero yo aun no me había dormido y la esperaba con los ojos cerrados. Llegaba por el pasillo, que crujía bajo sus pies descalzos y se escurría por la puerta, que yo, adrede, había dejado entornada. Se despojaba de la ropa y así, aun oliendo a pastelería, caía redonda a mi lado. Entonces yo me giraba a mirarla y me salpicaba la cara un delicioso olor a masa de galletas, que tenía el mismo poder que una nana. Abrazaba adormilado sus miembros blandos y esponjosos, de bizcocho, y metía la nariz en su pelo del color de la canela. Olisqueaba en silencio su cuello y su mejilla izquierda, que emanaban un olor a hojaldre y barquillo, y besaba cada una de sus pecas, que como virutas de chocolate poblaban su espalda dormida. Y así, hasta que el insolente sol salía, la devoraba con la mente. Así, hasta que ella abría los ojos y las ventanas para ventilar el olor a noche y pasteles. Luego, desayunábamos frente a frente, mojando los croissants que ella había traído la noche anterior, que ya estaban fríos y con la tostada piel hecha pedazos. Yo también me hacía pedazos, sobretodo cuando ella me miraba con sus ojos, que ya no eran sus cálidos y dulces ojos de pastelería. Y me daba un beso corto de despedida, con sabor a croissant reseco y me dedicaba una última e insípida mirada, que me dejaba un regusto a nada en la boca. Entonces, yo soñaba que la detenía, la detenía por el brazo y con una cucharilla, poco a poco, a pequeños golpes, iba rompiendo la capa. La capa de azúcar quemado y duro que cubría su corazón. Como una coraza. Y yo, con mi cucharilla, rompía esa superficie dura y pegajosa, y me comía lo de dentro, lo más dulce.